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PENSAMIENTO Y ACCIÓN

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foto del periódico "rojo y negro"Eran los años 80 y los alumnos de 4º de Filosofía habíamos sido invitados a un congreso internacional al que asistirían figuras importantes. Ya llevábamos cuatro años estudiando y puedo jurar que no teníamos ni idea de qué necesidad tenía la sociedad de que nosotros ofreciéramos nuestra vida a pensar,asunto importante ya que no esperábamos conseguir con ello ni poder ni dinero. Es más, puedo decir que no teníamos ni idea de que existía una sociedad y de que nosotros pertenecíamos a ella. En estas condiciones asistimos al gallinero del congreso. Éramos pocos pero ocupábamos un par de filas. Apagaron las luces para iluminar a los ponentes y creo que no había ventanas o estaban cerradas. La ceremonia consistía en presentar a un profesor con todos sus títulos y libros para darle autoridad, el agradecimiento a la invitación por parte del profesor y la exposición de un tema. Ese año, el congreso tenía el objetivo de poner sobre la mesa la confrontación entre el realismo y el idealismo a modo de duelo y con plena intención de que ganara el realismo. Llevábamos toda la carrera enfocada a este problema irresoluble. Para quien no entienda de Filosofía, con palabras de andar por casa, el idealismo cree que no existe el mundo sin un yo que lo vea y el realismo que existe independientemente de si alguien lo ve o no. Y digo bien lo de creer, porque al final son las emociones y las creencias las que llevan a pertenecer a un bando u otro.

Los profesores empezaron a hablar dando vueltas y vueltas a conceptos que se repetían sin parar y nosotros nos revolvíamos en los asientos de teatro hasta que de repente, uno de ellos empezó diciendo que iba a hablar de la mímesis de praxis congnoscitiva. En ese momento, a nosotros, los alumnos, nos dio un ataque de risa, a todos a la vez, como si nos hubiesen dado en un botón muy claro, estábamos reconociendo la absoluta falta de contacto real con lo que cubría toda nuestra vida. No teníamos nada contra ese profesor, simplemente nos ocurrió como a los niños pequeños que van al cine a ver Fantasía de Disney y como no entienden qué le están dando y esperan otra cosa, de repente se echan a reír. Nosotros habíamos perdido el control ante la inminente falta de sentido de nuestras vidas. No le pusimos palabras, simplemente no podíamos dejar de reír y tuvimos que abandonar la sala, eso sí, voluntariamente y para siempre. Lo curioso, es que ellos, los profesores, seguían hablando como si no pasara nada cuando éramos su único público. No movieron ni una ceja mientras escuchaban nuestras risas y nuestra huída, ¿para quién hablaban? Nunca me olvidaré de aquella solemnidad que abandonábamos allí abajo. Salimos a trompicones, cerramos la puerta y corrimos, literalmente, hacia la salida, como si alguien pudiera venir detrás a exigirnos algo. No comentamos la jugada, cada uno se fue a donde quiso, pero creo que no volvimos ninguno a ese tipo de cuarto oscuro. Lo que es incomprensible es que no hicimos una parada de reflexión sobre qué nos había pasado exactamente. Sabíamos que no queríamos aquel alejamiento de la vida, pero no sabíamos que el problema era mucho más grave: el pensamiento estaba secuestrado. Un compañero hizo una película de risa en la que un telediario anunciaba que habían secuestrado al ser, pero la hizo también intuitivamente, sin saber que era real. Era un humor potentísimo porque nos estaba contando algo real aunque no lo supiéramos.

¿Para qué te sirve esa carrera? Típica pregunta que te hacían todos los días. Todos pensábamos en lo de amor a la sabiduría, nos gustaba saber, queríamos saber. No voy a contar la falta de sentido de nuestra vida, que era general, no sólo en Filosofía. Había edificios enteros llenos de gente dando su vida al mero hecho de estudiar, sin tener ninguna implicación con un mundo que debería habernos comunicado que necesitaba de nuestros estudios.

Había una brecha abismal entre el mundo y el individuo. No éramos conscientes ni siquiera de que la ropa que llevábamos la había fabricado o cosido alguien. Nadie esperaba de nosotros otra cosa que no fuera nuestra independencia económica manteniendo así todo aquello tan montado que teníamos alrededor. Ahora que estoy en otro punto, creo que no entendí nada de la carrera. Podía seguir el hilo de todas las teorías, pero no tenía ningún significado para las palabras que usaban: mundo, realidad, ser humano, sociedad, ni siquiera una intuición o una imagen. No eran más que conceptos. Ni una experiencia de estos conceptos. La falta de acción a mí me desesperaba, pero tampoco tenía capacidad para ver qué estaba fallando para que nada se moviese. Recordaba haberme hecho anarquista cristiana con quince años después de leer a Tolstói. Mi anarquismo consistía en no tener posesiones e intentar portarme lo mejor posible con los demás. Fue una época increíble, era dueña de mi acción por decirlo así. Mi forma de actuar me producía felicidad porque respondía a lo que pensaba en ese momento.

Y nunca dejé de pensar, sólo que aparecieron los conceptos vacíos y dejé de actuar. Lo poco que hacía después con algún sentido era por intuición, pero no por un pensamiento reflexivo. Era como si me hubieran cortado un brazo. Y las teorías producían emoción, de hecho producían mucha emoción, pero nada más salir del edificio de las clases volvía aquello informe. Recuerdo también que no soportaba la pregunta ¿qué tal? Me ponía exactamente delante del problema: no sé, no puedo comprender la pregunta, ¿qué tal con respecto a qué?

Podría seguir hasta el infinito con ese solipsismo aterrador. Estas eran las preguntas que nos hacían: ¿Qué vas a hacer de tu vida? ¿En qué piensas trabajar? ¿A qué hora vas a llegar? ¿Con qué gente vas? A los mayores les molestaba nuestra falta de objetivos y nosotros nos sentíamos mal por esa falta de objetivos y nadie caía en la cuenta de que había un pequeño problema de inconsciencia que no tenía que ver con tenerlo todo, no valorar nada y todas esas razones que barajaban, sino con no saber que estábamos en un mundo.

De pequeño estudiabas la naturaleza, la historia, las matemáticas o la lengua como cosas aisladas sin poder conectarlas con tu vida. Como cosas, exactamente, porque al ser ajenas no tenían humanidad. Yo leía mucho, me refugiaba en la Literatura porque veía que los personajes estaban en el mundo, que sus vidas tenían un sentido porque tomaban partido en lo que les tocaba vivir. Pero no dejaba de ser un refugio, no había forma de conectar esos mundos que leía con el mío, tan diferente, y sobre el que no encontré ninguna novela. Incluso Salinger, que se acercaba, hablaba de otra realidad. ¿Habría algún libro que contara esta quiebra tan bestial que sentíamos? ¿Nos ayudaban a entender los clásicos desde nuestra propia problemática? ¿Éramos conscientes de ser problemáticos, siendo eso lo normal? He encontrado libros postmodernos que describen la situación, pero no dan cuenta del problema. En esas lecturas puedes reconocer lo que te rodea, pero seguir exactamente como estabas. También la Literatura tiene que replantearse su papel en el mundo, entenderse a sí misma creando mundo.

Lo importante es el presente, entender el pensamiento de otra forma, como transformador, de hecho sólo es pensamiento cuando es transformador, constructivo, o directamente constructor, que no necesita intermediarios para llegar a la acción. Pensar es dar con algo, encontrar algo, no cercar. Lo importante es pensar en la educación desde ahí, sabiendo que las ciencias naturales estudian los árboles que nos dan el fruto que comemos y que son susceptibles de mejorar como especie o extinguirse, que la historia nos cuenta los hechos que nos han traído hasta la situación actual y nos ayuda a comprender qué tenemos que arreglar, que las matemáticas son un instrumento para la física, la química o la economía, que la economía nos obliga a vivir de una forma o de otra, que la Literatura nos ayuda a ver nuestra realidad y que nuestro mundo o es cambiante o no es mundo habitable. Que las clases están para salir sabiendo menos que cuando entramos.

Y lo importante sobre todo es que los niños que tenemos metidos en aulas, bibliotecas y actividades extraescolares lo entiendan y empiecen a aprender cuanto antes. Esto no se puede hacer sin enseñarles a reflexionar, porque por mucho que se llame a una asignatura conocimiento del medio, de poco sirve si no sabe qué significa medio ni conocimiento. La experiencia tiene que entrar en el mundo académico no sólo en forma de laboratorios sino a través de la comprensión. No se puede olvidar que hay un yo que está aprendiendo y que sólo puede aprender si conecta con el objeto a entender, si puede relacionarlo con su propia vida. Los niños van de excursión a ver plantas y hacen trabajos para concienciarse de los problemas del medioambiente pero siguen sin ver la conexión con su propia vida. Es necesaria la reflexión para crear consciencia y la reflexión no es pensar sobre el objeto es pensar sobre yo y el objeto. Me encantaría que dejara de existir la pregunta ¿para qué sirven las Matemáticas?

Dejo un link donde podéis asistir a una reunión de gente reflexionando sobre el mundo desde el mundo, a ver qué os parece.

El procomún estético. Jordi Claramonte


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